Él vuelve a casa tras salir a correr. Ella regresa después de un largo día de trabajo. De manera fortuita se encuentran encerrados en el baño. Abandonados a su propio gozo. Arrastrados por una excitación primitiva. Convertidos en objetos de deseo y placer.
-Primera parte-
Ciento ochenta-y-siete pulsaciones por segundo. Los últimos metros habían sido un auténtico pulso contra el cansancio. Resollaba. Sus pulmones se hinchaban en una cadencia frenética. Su camiseta de deporte estaba amarada de sudor. Notaba como dentro de las zapatillas deportivas sus pies burbujeaban. Debajo de las ajustadas mallas cortas se cincelaba su musculatura, entumecida y tensa tras el duro esfuerzo. Alrededor suyo un ligero halo parecía emanar de su cuerpo.
Dedicó varios minutos a realizar ejercicios de relajación. Estiró los gemelos, cuádriceps y abductores. Alargó los brazos y se inclinó para alcanzar los pies con la punta de los dedos. Permaneció durante medio minuto en esa posición y luego repitió el proceso. Para acabar masajeó sus piernas, presionando sobre los músculos adoloridos con las palmas y haciendo lentos movimientos circulares.
Subió rápidamente las escaleras y entró en casa. No había nadie. El día era gris y frío. Tras beber despacio un vaso de agua, se encaminó hacia el baño. Entró y cerró la puerta tras de si. Sin dilación abrió el grifo de agua caliente. Se desnudó rápidamente. Con el rabillo del ojo observó su cuerpo en el espejo. La fina capa de sudor que cubría todo su cuerpo emitía un leve destello metalizado bajo la luz fluorescente. Sin más se metió en la ducha. El agua estaba muy caliente y le quemaba. De repente se dio cuenta que sus genitales se encontraban empequeñecidos y fríos. Acercó una mano a la entrepierna y los recogió con suavidad en su interior. Parecía estar sosteniendo cubos de hielo. Sus dedos empezaron a moverse con cuidado, tratando de hacer entrar en calor la zona. Poco a poco recuperó el tacto.
Su piel vibraba con cada gota que impactaba contra ella. Cada partícula acuosa le transfería su calor. Pronto pareció caer en trance. Tenía la sensación de estar meciéndose dentro de una burbuja. Notaba como el agua descendía formando riachuelos sobre él. Sentía sus poros abrirse. Mientras seguía acariciando su sexo, ya no tan helado. Paseaba las yemas desde la glande hasta los testículos. En cada trayecto se detenía bajo la cabeza y durante unos segundos dibujaba espirales en un y otro sentido. Empezó a tener una erección. Sentía como la sangre embestía a intervalos su miembro, alzándolo poco a poco. Ahora la punta rosácea era completamente visible. Cerró los dedos sobre su falo y empezó a mover despacio la mano. Iba alternativamente de arriba a abajo mientras giraba el puño levemente. Se dio la vuelta y apoyó la espalda contra las baldosas frías.
-Segunda parte-
En el recibidor resonó el sonido de una llave en la cerradura. La puerta se abrió y una voz femenina dijo hola con tono de interrogación. Cerró la puerta de la entrada con un golpe seco. Se quitó la pesada chaqueta y la colgó. A continuación se libró de los zapatos apresuradamente y los abandonó en un rincón. La jornada había sido larga y tediosa. Los pies le dolían. Optó por un masaje rápido sin siquiera sacarse los gruesos leotardos que enfundaban sus piernas. Presionó con el puño sobre la palma de uno de sus pies y lo giró de manera pausada. Cambió de pie e hizo lo mismo. Finalmente estiró los dedos de los pies y los movió arriba a bajo durante un corto intervalo.
Se dirigió hacía el comedor. Volvió a preguntar con un deje de extrañeza. De nuevo nadie respondió. Escuchó detenidamente hasta que oyó un mortecino rumor a agua cayendo. Permaneció quieta durante unos instantes, pensativa. De repente se dirigió con decisión hacia el cuarto de baño. Tras de si dejó un reguero de prendas arrugadas. Al llegar a la puerta sólo lucía los oscuros leotardos. Por debajo se perfilaban discretamente las braguitas. Todo su torso tenía la piel de gallina. Tomó el pomo y lo giró. Con cautela entró en el baño, andando de puntillas. La puerta a penas hizo ruido al abrirse ni tampoco al cerrarse. La cálida bruma que invadía la estancia la golpeó. El vapor empezó a condensarse sobre si en forma de diminutas gotas, perlando su piel. Las baldosas aún se encontraban gélidas y el frío se colaba a través de la tela que envolvía sus pies.
Miró a través de la cortina translúcida de la ducha. Vio un cuerpo moviéndose con lentitud. Sus ojos cerrados miraban hacia el techo y tenía la cabeza completamente bajo el chorro que salía de la ducha. No era posible que oyese nada más que el repiqueteo del agua. De repente advirtió que la figura se estaba masturbando. Contrajo la respiración estupefacta. Por un momento se ruborizó y sus mejillas se sonrojaron levemente. Se apoyó contra el mármol del lavabo. El pasmo inicial se transformó en una fascinación absoluta. Cautivada, no podía dejar de observar la escena. No sin cierta sorpresa se dio cuenta de que estaba húmeda.
Con un gesto curioso pero precavido bajó una mano hacia el pubis. Se deslizó por debajo de las braguitas. Su sexo ardía y vibraba dentro de su ropa interior. Sin querer sus yemas toparon con la parte superior de sus labios. Una descarga eléctrica le recorrió todo el cuerpo. Apartó súbitamente la mano por reflejo. Sin embargo volvió a descender hasta el interior de sus muslos. Esta vez posó uno de sus dedos a lo largo de la vulva, hundiéndolo ligeramente. Mientras mantenía la presión sobre ella, comenzó a trazar círculos. Un momento después paró y lentamente introdujo el dedo hacia el interior de su seno. Tanteó las paredes con precisión, presionando sobre los puntos más erógenos. Extrajo el dedo con calma. Lo volvió a meter y a sacar varias veces. Luego siguió acariciando la parte externa del sexo. Su boca estaba abierta dejando salir prolongados suspiros, casi imperceptibles.
-Tercera parte-
La excitación se había adueñado de su cuerpo y mente. Alargó la mano libre hacia el pecho y lo masajeó con frenesí. Sentó la mano sobre uno de los pechos y empujó hacia arriba con la palma. Cerró los dedos y lo estrujó delicadamente. El pezón quedó aprisionado entre sus dedos índice y corazón, pellizcándolo con suavidad. Estaba duro y erecto. Dejó de hacer fuerza y repitió la ceremonia con el otro pecho. Luego llevó su mano hacia el cuello. La caricia se prolongó hasta la nuca y allí los dedos se adentraron en el cabello. Subió hasta la coronilla y agarró el pelo con fuerza. Notó como un placentero dolor le recorría todo el cuero cabelludo.
Su otra mano seguía moviéndose sin pausa, alimentando su pasión. Su respiración se entrecortaba y sus nalgas se contraían. Jadeaba. Las fosas de la nariz se abrían por completo al inspirar. Su tórax se expandía con brusquedad. Cada nueva oleada de placer que rompía contra su cuerpo era mayor. Su corazón latía con violencia. Una incontrolable sensación de placer crecía en su interior, aumentado su intensidad por momentos.
De repente él abrió los ojos y vio como ella le miraba fijamente. Una profunda vergüenza se apoderó de él fugazmente. No acababa de comprender la situación. Se sentía observado. Eso le excitó aún más. No podía parar de complacerse. Tampoco ella podía detenerse. El cénit se encontraba demasiado cerca. Ya no eran dueños de si mismos y se dejaban arrastrar por el gozo hacia el apoteosis final. Sus miradas seguían entrelazadas. Un torrente desbordado avanzaba desde su vientre, anegando a su paso todos sus sentidos. Entonces él profirió un profundo gruñido y eyaculó con ferocidad. Al mismo tiempo ella gimió salvajemente cuando un intenso orgasmo se apoderó de todo su ser.
El éxtasis menguó progresivamente, entre pequeñas réplicas. Sus cuerpos se convulsionaban. Respiraban con fuerza, a bocanadas. Al final sus cuerpos se detuvieron por completo. Les faltaban fuerzas y las extremidades les pesaban. Se miraban con complicidad. Derrotados esperaron a que sus pulsaciones volvieran a la normalidad, recuperándose como dos corredores tras una carrera.
Arnau P. G.
Barcelona, 18 de Enero de 2010
Deja un comentario